Cocía inmoral paisaje
Antes no de ser vacío
Lento he de corromper en frío.
Las claves o uniones de las corrientes artísticas en la actualidad ya no pasan de ser muy vagas suposiciones. Ya que en el hiperactivo del arte una sola avalancha es la que prima. Todo está en gran estado de desconexión y movimiento que se vislumbra perecible ante una guerra que nos moraliza de inevitables. El pequeño mundo que alguna vez tuvimos como especie en competición por hábitat cerrado, biotopo, hoy se ha convertido en universo sin competencia, al menos de este lado (hablo como parte de esta especie), por superhábitat abierto por el aprovechamiento ilimitado de las nuevas tecnologías. La imaginación, la que nos ha proveído el arte, nos ha remodelado como dioses capaces de finiquitar e iniciar nuevos mundos. Así con tal intensidad que la realidad parece y es nada más que nuestro propio juego mental.
¡Mira una piedra e imagínate que tiene sensaciones! -Uno dice para sí: ¿cómo es posible llegar siquiera a la idea de atribuirle una sensación a una cosa? ¡De la misma manera se la podría atribuir a un número! -Y ahora mira una mosca retorciéndose y de una vez estas dificultades se desvanecen, y el dolor parece poder agarrar aquí, donde antes todo era, por así decirlo, liso para él. Y así también un cadáver nos parece totalmente inaccesible al dolor. -Nuestra actitud hacia lo vivo no es la misma que hacia lo muerto. Todas nuestras reacciones son diferentes. (Ludwig Wittgenstein) (1)
El ser entes vivos es lo que nos asume entre otros seres vivos, íntimamente, este juego se ve en la acción o idea artística (en el cine por ejemplo) de copular con otros seres vivos y aun muertos por previas elevaciones o deformaciones de la psiquis. El arte es un escenario de deformaciones como lo es la realidad. Y en el mismo instante en que un hombre baña a su hijo, mudo, otro se suicida por espectro agónico y un delicado avión brilla por explosión de terrorismo y, concurso, a la joven vecina le dan fuego extraño en su primer beso, alguien rocía con gasolina a unas ratas recién nacidas y les prende fuego, un científico, del mismo edificio, descubre el gen del amor: lo pierde todo. Lo olvida todo y nace.
Pero estos giros obtienen su infinitud en cuanto la obra de arte se ha terminado, para al instante ver su destrucción u olvido. Así lo evidencia Marcel Duchamp y así se ve en la inmensa valía que se le da a la especie que está en extinción, pues es una obra de arte que se termina. La obra de arte nace de la pérdida y por lo tanto debe mostrarnos lo que se perderá. Luego, las corrientes artísticas en la actualidad son más y fuertemente un renacimiento (o un Risorgimento a lo Leopardi) de las precedentes pues es el momento de un nuevo orden en las fronteras borrosas, ya invisibles, de estos ismos como novedad. Esto se aprecia a plenitud en el Movimiento Derrame de Chile y su Breve tratado de chamanismo: nuevo manifiesto del surrealismo, donde Roberto Yáñez recomienda que para reparar en una renovación:
Hay que coger un hueso, ojalá un hueso negro y hay que bailar con ese hueso toda una noche haciendo el ridículo en una fiesta. En la primera noche de luna llena hay que enterrar el hueso en un sitio eriazo para que tome conciencia de sí mismo. Luego hay que fecundar una mujer y esperar que progrese en su embarazo. Hay que hablarle mentalmente al feto e informarle sobre la existencia del hueso sin que la madre sospeche nada. Luego el feto pensará en el hueso y se formará una idea sobre aquél. El parto debe ser normal y hay que convencer a la madre con argumentos mundanos. Con el lactante de tres semanas hay que acudir al sitio y hay que desenterrar al hueso y entregárselo al niño para que lo chupe como un juguete. A la madre hay que decirle que es un nuevo chupete que salió al mercado. El niño comenzará a balbucear palabras extrañas, las cuáles hay que registrar en una grabadora. Luego el texto extraño se anotará con todas sus variantes fonéticas. ¡Felicitaciones, usted está en posesión de un mensaje de los muertos! Demorará otro año en que usted será medium y hable con los muertos. El niño no sufrirá ningún daño y además de conversar con los muertos, usted se dedicará con mucho amor a su paternidad. (2)
Existe un saber, una belleza rara, llamativa, en la destrucción. Seguramente es porque tras ella se ve inquebrantable algún resquicio imposible, sólido, vivo, casi invencible que se levanta o sobrevive a esta devastación para hacerlo todo detrás más bello, más peligroso, pero a fuerza de querer y ciclos infinitos, más destructivo. Erie esta peligrosidad está dotada de la variación. Sin remedio este poder absoluto yace del límite hacia su propio enigma. Porque ¿cuál será su última superestructura? ¿cuál fue la primera?. Al margen de nuestra mente todo se tabula deslimitadamente y en ella, en su propio y preciso caos, todo da forma en una solidez para no extraviarla en el vacío.
Ahora, por ejemplo, haría una analogía perfecta entre nuestra mente que aprehende todo a su mundo a su vacío y la inobjetable capacidad del Universo de restaurar sus secretos. Y es que por cada conocimiento que atrapamos, poliforme, existen millones que se nos escapan. Ésta es la absolutabilidad de la poesía. No como conocimiento, necesariamente, sino como reconocimiento de lo bello. Y las figuras cambian, se tornan libres, confusas pero retornan estructuras al fin para desaparecer, para alturizar las nuevas bellezas.
Concluiré citando dos poemas que se retruecan en fondo y forma. El primero pertenece a la Segunda parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1615) de Miguel de Cervantes Saavedra y a pesar de que éste pertenece a un debate o artificio mayor él es por sí solo una arquitectura, una oración mayor. El segundo y por todo lo contrario es de Poemas humanos (1923-1938) de César Vallejo.
-Yo soy el dios poderoso
en el aire y en la tierra
y en el ancho mar undoso,
y en cuanto el abismo encierra
en su báratro espantoso.
Nunca conocí qué es miedo;
todo cuanto quiero puedo,
aunque quiera lo imposible,
y en todo lo que es posible
mando, quito, pongo y vedo. (3)
¡Y si después de tantas palabras ...
¡Y si después de tantas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!
¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da...!
¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!
Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra! (4)
Debatiendo mi propia curiosidad y aceptando que son en multiplicidad los poemas que uno se atreve a citar en donde lo entendió por orden íntimo, me extenderé y llamaré un poema de Roberto Juarroz:
Poema
Otro poema interrumpe el poema que escribo,
reclama su lugar.
Ninguno admite postergaciones.
Son dos hojas urgentes
brotando superpuestas
en el mismo punto de una rama.
Llega entonces un pájaro
y se posa en la rama.
También él es un reclamo,
el tercero en la aguja del instante.
Pero de pronto el pájaro canta
y en su canto no hay antes ni después,
cabe más tiempo que en el tiempo,
dos hojas, dos poemas simultáneos,
dos llamados,
quizá todos los llamados a la vez,
sin que ninguno se borre,
sin que ninguno desplace a los otros.
La superposición de dos poemas y un pájaro
ha venido ha enseñarme
el concierto de todo sobre un punto.
Un orden por encima del orden. (5)