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Alebrijes

Alebrije en “caló”, variante del “romaní”, lengua gitana, significa: cosa enredada, difícil y de tipo confuso o fantástico. No la había escuchado nunca hasta una mañana hace poco cuando pregunté a mi amigo Manuel Posada qué quería que le trajera de México. Él, sin dudarlo, respondió que quería un alebrije. Me dejó fuera de base porque yo no tenía idea de qué era un alebrije. Entonces para tener una aproximación al significado, por lo menos al tamaño, de su deseo, pregunté de nuevo, ¿Grande o chiquito? Respondió con toda tranquilidad: de cualquier tamaño, no importa.

Busqué en diccionarios. Nada. En internet encontré que los alebrijes eran figuras fantásticas creadas por un “cartonero”, así llaman en México a quienes hacen figuras en papel mache, llamado Pedro Linares López reconocido por sus máscaras, piñatas y muñecos de Judas. Dice la historia que en 1936, cuando tenía treinta años, Pedro sufrió una grave enfermedad, su familia lo cuidó con los medios disponibles y cuando volvió del coma, dijo que había encontrado animales fantásticos, que le gritaban ¡AlebrijesAlebrijesAlebrijes! Eran leones con cabeza de perro, serpientes con alas y testuz de jaguar, iguanas de colores y colas retorcidas en tirabuzón, puercoespines con apariencia de osos hormigueros y puntas de colores en el cuerpo, dijo Pedro, y para que sus familiares vieran cómo eran aquellos seres fantásticos los recreó en papel mache, con tan buena fortuna que la fama de sus figuras traspasó los muros de su casa, cerca del Mercado de Sonora al final de la avenida, en el DF. Diego Rivera y Frida Kahlo le encargaron figuras que aun se conservan en museos en la Ciudad de México. Por la originalidad de sus alebrijes Linares ganó el Premio Nacional de las Artes. Esta versión, probablemente la más difundida, asegura que Pedro Linares nació en Ciudad de México.

Otra versión, que me contó el dependiente de un “alebrijero”, quizá así se pueda llamar el lugar donde hay muchos alebrijes, es que eran obra de un artesano de Oaxaca enfermo de esquizofrenia que en sus crisis alucinatorias veía seres fantásticos, armados con alas, cuernos, garras y cabezas de animales que no pertenecían a esos cuerpos. Entre estas dos versiones hay un punto en común, ambas aseguran que los hijos de Pedro Linares: Miguel, Blanca, Elsa y Paula, continuaron con la tradición de “alebrijeros”.

Entre los alebrijes creados en Ciudad de México y los creados en Oaxaca hay una diferencia fundamental, los primeros son hechos en papel mache, los segundos tallados en madera de copal, un árbol de madera fina que por la forma de sus ramas sugiere la talla y de su corteza se extrae resina aromática para incienso.

La tercera versión dice que Manuel Jiménez fue el artesano que inició la creación de alebrijes tallados en madera de copal en Oaxaca. Con Álvaro Obregón, otro artesano que siguió los pasos de Jiménez, trabajaron Arsenio Morales, Andrés y Miguel Ramírez, artesanos talentosos que contribuyeron a expandir la fama de las figuras fantásticas más allá de los límites de Oaxaca.

Buscar entonces los alebrijes en el DF, como llaman en lenguaje telegráfico a Ciudad de México, se convirtió en una persecución en filigrana, casi de detectives, por la variedad de versiones que, algunas veces, nos llevaron por pistas equivocadas. No todas las figuras zoomorfas que se concentran en los anaqueles, mercados o vitrinas de almacenes y puestos de artesanos, son alebrijes. Alguien nos dijo que en la Avenida del Ayuntamiento a cuatro o cinco calles del Palacio de Bellas Artes. Fuimos allí pero encontramos el rastro frío. Volvimos esa misma noche a Polanco un barrio con calles marcadas por nombres inesperados: Julio Verne, Rubén Darío, Eugenio Sue, Óscar Wilde, Emilio Castelar, Edgar Allan Poe, Anatole France, para nombrar solo algunas. Sergio el taxista que nos llevó allí dijo que el “alebrijero” estaba cerca del cruce de Arquímedes con Molière, pero nos perdimos, caminamos calles con nombres, a veces recordados, a veces francamente desconocidos. Caminamos buscando una salida hasta que llovió, aquella noche como cosa rara llovió, extraño en una época en que el clima contrario predomina. Son las consecuencias del cambio climático o una jugada de los alebrijes, nos dijimos para atizar la búsqueda.

Al día siguiente fuimos por los alrededores del Zócalo, era posible que por allí los encontráramos, alguien los había visto pero sólo dimos con un pasaje comercial detrás de la Catedral donde dos pisos de almacenes, a puerta seguida, ofrecían la mayor cantidad de Vírgenes de Guadalupe que hemos visto, entre todas había una que destacaba por su aureola tratada con palillos de colores, …una pista de alebrije…, murmuramos entre nosotros pero, como sucede en esos casos, si no se toma la decisión inmediata de asumir la pista como cierta y llevarla en el equipaje para que sirva de guía o como polo de atracción, perdemos la pista. Fue lo que sucedió. En un restaurante de Coyoacan tuvimos por vecino de mesa a Juan Villoro y estuvimos a punto de interrogarlo, quizá él conociera alguna pista pero algo lo impidió, quizá los espejos que duplicaban el lugar nos duplicaron también hasta dejarnos la sensación de hablar con su reflejo y no nos atrevimos.

En “La Ciudadela” encontramos un “alebrijero”. La emoción fue grande pero duró poco, había allí innumerables alebrijes en canecas transparentes, probablemente dispuestos para algún tipo de transporte. Eran figuras en papel maché, casi todas representando un animal de cuatro patas con garras de dinosaurio, aleta en el lomo y pico abierto de ave en lugar de hocico, ninguno estaba pintado, por eso la posibilidad del transporte que pensamos seguir a cierta distancia pero un hombrecito pequeño, con apariencia de muchacho pero voz de bajo que lo hacía parecer mayor de lo que quizá era, nos dijo, estarán mañana en San Angel.

Para llegar a San Angel pasamos por callejones estrechos de piso en piedra y casas con muros insalvables acompañados de dos amigos de toda la vida, Maru y Patrice. Recorrimos las calles, los puestos coloridos, los músicos mientras cantaban, los pintores de Ex-votos, los fabricantes de aparatos para masajear la espalda, los vendedores de telas bordadas a mano con representaciones de animales fantásticos, cercanos de los alebrijes e igualmente coloridos, hasta un “alebrijero” de segundo piso. Allí estaban, detrás de vitrinas protectoras encontramos ejemplares tallados en copal, coloridos, de todos los tamaños y combinaciones fantásticas.

Pensamos que allí terminaba la búsqueda, según la leyenda, los alebrijes son fuente de fortuna e imaginación y allí habíamos localizado la pista. También porque nuestro tiempo había llegado al tope, paramos la persecución en filigrana que nos llevó tras ellos. Sabemos, sin embargo, que esto no se detiene donde los encontramos, la búsqueda sigue y se repetirá en la medida que los “alebrijeros” en madera de copal de Oaxaca, o los del DF, en papel mache, estén dispuestos a estimular el imaginario de quienes los persigan.

Argumento. Su nombre no es Gregorio Samsa pero aprendió a caminar por paredes y cielorasos sin caer al piso. Vive entre resquicios y esquinas. Al principio le sorprendió, después no, que la gente hiciera muecas al verlo, ahora le da gusto y siente placer cuando los asusta. No comprende por qué le temen, por qué infunde pánico. Prefiere no encontrar a otros como él y trata de evitarlos, sin embargo, un día se cruzó, entre rendijas, con una hembra y se enamoró, con ella comienza la historia…

*Pierre Alechinski, pintor belga, dice que la margen, él la llama “Marginalia”, es el espacio alrededor del cuadro donde se anotan historias, nombres, resúmenes, agregados, fechas o datos que conducen al interior de la obra. *Edgar Allan Poe recopiló en un pequeño libro titulado “Marginalia” reflexiones que en ocasiones publicó en revistas.

*Los “Argumentos” son historias que el lector de Marginalias completará como guste.

© Saúl Álvarez Lara / 2012

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