Carlos Fajardo Fajardo

Santiago de Cali, Colombia, 1957. Poeta, ensayista, Doctor en Literatura por la UNED (España). Es profesor universitario. Ha sido ponente y  profesor invitado a varias universidades, como también a distintos festivales internacionales de poesía.

Es cofundador de la Corporación “Si Mañana Despierto”, dedicada a la investigación y creación artística y literaria.

Ha publicado los libros de poesía: Origen de Silencios. Fundación Banco de Estado, Popayán (1981); Serenidad Sitiada, Si Mañana Despierto Ediciones, Bogotá (1990);  Veraneras, premio de poesía Antonio Llanos, Si Mañana Despierto Ediciones, Santafé de Bogotá (1995);  Atlas de callejerías. Trilce Editores, Santafé de Bogotá (1997); Tierra de Sol, Premio de poesía Jorge Isaacs, Gobernación del Valle del Cauca, 2003;  la antología de su poesía titulada Serenidad Sitiada, Universidad del Valle, 2004; Navíos de Caronte, Común Presencia Editores, Bogotá, 2008.

Entre sus libros de ensayos se encuentran Charlas a la Intemperie.  Selección de ensayos sobre estética. Universidad INCCA de Colombia, 2000. Estética y posmodernidad. Nuevos contextos y sensibilidades, Editorial Abya-yala, de Quito, Ecuador, 2001, Estética y sensibilidades posmodernas. ITESO, Guadalajara, Méjico, 2005; la obra colectiva Real/Virtual en la estética y teoría de las artes. Barcelona: Paidós, 2006; El arte en tiempos de globalización. Nuevas preguntas, otras fronteras. Universidad de la Salle, 2006, y múltiples ensayos en revistas especializadas y diarios nacionales e internacionales. Su poesía figura en varias antologías de las cuales se destaca: Desde el Umbral, poesía colombiana en transición, 2005; Caligrafías, La ciudad literaria= Cali-grafies. La cité littéraire. (Antología bilingüe). Universidad del Valle, Cali, 2008;

Poemas y ensayos suyos han sido traducidos al inglés, italiano, serbio, polaco y portugués. Ganador del premio de poesía Antonio Llanos, Santiago de Cali 1991; segundo premio en el Primer Concurso Nacional de Poesía ICFES, 1984; Mención de Honor en el Premio Jorge Isaacs 1996 y 1997; Mención de Honor Premio Ciudad de Bogotá, 1994 y premio de poesía Jorge Isaacs 2003.

carfajardo@hotmail.com



DE MODIGLIANI A JEANE HEBUTERNE

 

El inclemente paso del tiempo

ha traído hasta aquí tandas de nubes negras

y en su trazado emblema corazones tristes

la canción sonriente…

 

Tú meditas en el cuarto

y esperas de mi dolor esa dulzura

amándote con esa envidiable suavidad que yo te represento

                                               De eróticos rumbos

                                                                                                              palmoteo y tacto

                                                                                              en la oscuridad del beso.

 

Tú sueñas verme de gentil hombre esta noche

que se despoja algo de mi corazón adolorido.

Será mejor que el olvido nazca en ti amor mío

mejor que me apague en tu memoria

mejor no inventar el sabor perdido de mi nombre

que no me restablezcas

porque ya nada queda en mí para hacerte gloria

mañana muero con el día

mis débiles pulmones me habrán asesinado.

 

Del Libro  Origen de Silencios. Fundación Banco de Estado, Popayán (1981)



EL PRIMER SOL

 

 Si escribí fue tan solo para no morir.

En mis primeros años

no contaba con la astucia de hombres muertos

Caminaba entre higueras marchitas

conociendo de prisa  la silueta de las cosas

sin olvidar sus formas

me detuve a darles nombre.

Así aprendí el mundo.

Ahora no puedo faltar a mi palabra.

De este a oeste

igual a péndulo de arena

mi deseo crece cotidiano.

 

Del libro Serenidad Sitiada, Si Mañana Despierto Ediciones, Bogotá (1990)

  


LOS VIAJES DE LA CASA

 

La casa se extiende, nos protege,

nos usa igual a ropa desteñida en los armarios

nos abriga con sus manos de caoba

y arrulla con la lenta agonía de sus relojes.

 

Por los alambres del sol

sus flores tejen la telaraña de los patios

la hormiga goza de la fruta prohibida,

la cucaracha se revuelve en sus sifones.

 

A lo largo de paseos

ella va aferrada a la maleta,

nos sigue en cada árbol

y en las piedras

que otras ciudades en su luna sostienen.

Entonces, abandonada al zumbido de la noche,

siente cómo le hacen falta sus cuidados.

 

La casa es una mujer

que por la cerradura vigila sus materas,

las minúsculas joyas,

el cristalino corazón de las vajillas.

 

Ella es más que un paisaje

cuando contrae matrimonio

con sus moradores y los astros.

 

Del libro Veraneras, Si Mañana Despierto Ediciones, Bogotá (1995). Premio de poesía Antonio Llanos, Cali, 1991.

    


REGIÓN DE LA INFANCIA

 

Todas las casas pasan lejanas

indiferentes a nuestro dolor,

así también pasan los días de la infancia

nuestra primera maldad

y los pensamientos que afloran como la primera flor.

 

En casa todavía guinda aquel balcón

donde joven guardé recuerdos

desdichadas imágenes

que hoy olvido.

Allí conocí hombres

que hablaban de la muerte.

Vida y muerte, decían,

en aquella ciudad sacrificante de pájaros.

 

Las calles de aquel barrio

aún navegan como barcos

con sus escotillas abiertas

azotadas por las lluvias,

retornan silenciosas

y con los pies descalzos

entran a esta habitación

donde alguien no duerme su mortal noche.

Cómo las recordamos.

 

Todavía siguen pasando trenes de mentira

por nuestras estaciones de sueños.

 

No queda más que alabarte infancia tal como fuiste,

perdonarte no,

comprenderte quizás

y en tu lejano país poder exiliarse.

 

Del libro Veraneras, Si Mañana Despierto Ediciones, Bogotá (1995). Premio de poesía Antonio Llanos, Cali, 1991.

 

   

MONÓLOGO DEL CALLEJERO

 

I

 De estrella  a estrella mi casa está en silencio. Mi mujer tiene sumergidas sus manos en la noche y canta una  rapsodia antigua como mis ojos.

 

Aquí están estos volcanes con su humo de ciudad. Mi mujer, que ha mirado desde entonces las múltiples erupciones vitales, se prepara para guiarme entre las multitudes como a un ciego que intuye en las esquinas los ocultos secretos de las puertas.

 

Mi mujer destroza en la calle a mis más crueles enemigos. Alta, fuerte, los va alejando con un movimiento de manos, los encierra en una botella de oro y los arroja a un paraíso perdido.

 

Ella es mi ciudad. Voy penetrándola hasta la delicia de  morir, ensartada en mis astas, ondeando en las afueras del mundo, allá en los espacios.

 

Muerte de mis viejos amigos, estoy con mi mujer que me salva, me deja intacto sobre las tablas de estos escenarios. Prendido a sus largas pestañas y refugiado en un rincón de sus ojos, yo elaboro los atlas como un cartógrafo mayor para inventar la noche  de los amorosos.  

 

II

Día de mi matrimonio sagrado. Mi novia es esta ciudad. La encuentro en el árbol simulado, en la misma postura con que respiro sobre esta calle de viento.

 

Estoy en mi noche de bodas. Mi novia es el azar. Está en el corazón de los amantes que se entregan como si hubiera una sola luz. Ella es el todo, la única forma que yo encuentro entre las formas, la única ganancia de encontrar mi voz en las estrellas; profundidad y altura, altura de nube, nombre de nube que impulsa a perderme.

 

He rivalizado con el mundo. Sólo mi mujer me salva. En su voz la ciudad es más tangible, poderosa, igual a sus ojos donde ella mira por mí.

 

Ahora duerme plácida con su sexo sobre un lecho de asombros, bajo el cielo de alguna colina.

 

 III

Una tempestad de viento pasa por las columnas de museos ceremoniales. Cascadas se oyen y son alimento de pájaros de ciudad. Elevo la cara y observo el arco iris que ha dejado la lluvia; dejo a un lado los asuntos íntimos y me consuelo con ver las congregaciones de cosas que en su extraño desplazamiento y comunión forman estos mundos.

 

Después de la tormenta existe un movimiento constante en mis afueras, banderas suspendidas en sus astas. De ellas están hechos mis vestidos y cómo las desprecio y las amo. Seguiremos irguiéndolas en las ventanas, en la cabeza, en nuestros corazones.

 

Sacrificio de salir a la calle vestido con el color de los muertos.  

 

V

Soy el que elaboro los atlas, el callejero que viaja deteniéndose y no va de visita sino como casero, forma de ser en los dolorosos astros.

 

Un esplendor, un rayo de luz en mis pupilas, calcina la sangre de estas piedras que reunidas unas sobre otras construyen mi casa, la imponen como un ángel caído ante

los barrios. Yo soy sus ventanas, esa puerta que se abre a los afanosos viajes.

 

Esto es pasajero, me digo. Estas arrugas y temblores de manos, esta insoportable autodestrucción. Más allá vive la esperanza incierta como un laberinto donde hay que derrotar al monstruo que día a día al cortar su cabeza se renueva. Así es mi esperanza, la lucha con el monstruo de cien mil cabezas.

 

Del libro Atlas de callejerías. Trilce Editores, Bogotá (1997)

 

 

BAJO OTROS SOLES

 

Sé infiel a tu ciudad. No te quedes esperándola. Es probable que ya haya llegado convertida en quimera y tu cuerpo ande perdido en otras calles, buscándola en el olvido. No importa en todo caso.  

Sé infiel a tu ciudad, pues a ella le es inútil, indiferente, que habites sus rincones y trates de esculpirla con palabras.  

Bajo sus lluvias olvida el primer y último amor que en ella hayas poseído. En sus calles, casa por casa, en todas las esquinas, no esperes sus eternas y falsas promesas. Las ciudades se desgastan igual a los ojos que miramos fijos durante años.  

Marcha. Aférrate a tus sogas. Viaja bajo otros soles siendo infiel incluso a tu muerte


Del libro inédito Bajo otros soles.

 

 

MIS LABIOS DIRIGIÉNDOSE AL SILENCIO

                        Para Fernando Garay, amigo incondicional de este poema

 

Voy de terror en terror.

La mano que aferro no me favorece

ni establece un presente lleno de gloria.

Cada rincón  de casa tiene el eco escondido de amores

que se van en mí.

Mis  poemas son lunas que yo devoré soñando

y dieron un puntapié a la vida perfecta.

En los ojos de esta mujer

que toda la noche ha velado mi partida

veo un desfile de edades colmadas de costumbres

los cambios en mi cara

estas manos cada vez sin asombro

la prolongada distancia entre mi niñez y yo.

 

Y veo mi infancia.

Pasan pueblos distantes

atardeceres indiferentes a mis tempranos llantos

una madre acariciando sus plantas

un solar

y calles con asustados viajeros.

Y más al fondo, en perspectiva,

veo a la muerte como un asunto que me deja sin amigos

mis labios dirigiéndose al silencio

 

Del libro Dios se ha fatigado

 

 

NAVÍOS

Nos enmudece el grito del mar

su insistente sonido.

Cruel es el viento.

Golpea cuerpos de legendarios guerreros

diestros en soportar el hambre milenaria.

 

Nos enmudece este mar antiguo

esculpido en la memoria

y el deseo de alcanzar su inabarcable horizonte.

 

Rumores nos llegan con el aire.

Arrastramos por la arena los navíos

y una gota de sal se posa en nuestros ojos.

 

Nos embriaga el sonido de las olas

el llamado de Caronte.

 

La soledad es esta barca envuelta de tragedia.

 

Las moscas circulan por nuestros rostros.

Tenemos ya tatuado el signo de la muerte

 

 Del libro Navíos de Caronte,  Común Presencia Editores, Bogotá, 2009

 

  

DIÁSPORAS

 

 Soy del olvido.

El techo de mi casa se derrumba

voraces avispas pican mi carne

insectos bajan a degustar esta podredumbre.

 

Me resisto a vivir ante estos muros.

No quiero empotrar aquí mis ojos ni mi sexo

no quiero ser un moribundo llorado

alguien que atrae golosas moscas.

 

Soy del olvido

oscuro túnel donde el tiempo sigiloso se oculta

herida abierta de par en par ante mis ojos

cataclismo que mira la dolorosa belleza.

 

Soy del olvido.

 

Un hombre con un ataúd  que arrastra

y una oración que llora.

Un ser que se hace preguntas

inclinado en esta barca

eterna guía de la muerte que me signa

corazón de mi extravío

 

Del libro Navíos de Caronte, Común Presencia Editores, Bogotá, 2009

 

  


EXILIOS

 

Mándame una postal, me dices.

Cómprame una bufanda para alcanzarte.

Escribe tus cartas en la boca de los lobos

y no te mueras sin mí en extrañas ciudades.

 

Tráeme un buen vino

para pasar juntos el trago amargo de esta lejanía.

Tráeme algo pero sobre todo tráete a ti.

 

Mientras yo

al otro lado de la línea

trato de alcanzar esa voz

buscando que la tarde adquiera la forma de tus brazos

 

 Del libro Navíos de Caronte, Común Presencia Editores, Bogotá, 2009.

 

   

Del libro Duro oficio de vivir 


POEMA A NAZIM HITMET

  

Hoy que llueve sobre Bogotá

leo tus poemas Nazim Hikmet, tus cartas desde las cuatro cárceles,

el recuerdo de los patios sonoros en Istambul

el lento pero seguro avance de tu angina de pecho.

 

No me desilusiono ni lloro.

Tampoco soy un simple desesperanzado.

Sin embargo, Nazim, mi país es una cárcel mayor,

mayor que la de tu Ankara, más fría que la de Cankiri

más insoportable que la de Bursa.

Todas tus cuatro cárceles reunidas son apenas recintos con jardín.

 

Como tú, turco naciente,

en el nombre de esta tierra tomo la palabra

y malas noticias me llegan con lluvia matutina

malas noticias sobre un país cerrado donde nadie nos deja cantar.

 

Prisionero, exiliado eterno,

con quince heridas, según decías,

escribo en torno a estas paredes deseando ver una luz.

Escucha Hikmet este poema compuesto por varias manos

con despedazadas uñas de tanto escarbar.

 

También estamos incomunicados como lo estuviste en Ankara

donde te prohibían ver el cielo azul y un árbol silvestre

plantado en algún sitio.

También hablamos con nosotros mismos

en siniestras ciudades

y nos dan ganas de llorar sobre algún seno

llorar o insultar temblando en la lluvia.

 

Destrozados, solos con el vaivén de lentas horas,

vigilados desde los cuatro costados

se abre nuestra ira como una gran verdad

y en las torres del aire

lanzamos gritos por oscuras ventanas.

 

Nazim Hikmet, llueve sobre Bogotá.

Yo releo tu poema a Taranta-babu

pero no puedo hacer un himno para beberme el sol

no puedo estrechar mi pecho y darme alegría.

 

¿Cuándo cesará esta llama que a todos calcina?

 


POEMA PARA LÊDO IVO


También Lêdo Ivo he sentido como tú

la belleza y el horror en una nerviosa lagartija.

Entre piedras, mangos, higuerillas

salí a recorrer el pequeño-ancho mundo.

Ví en sus ojos de diamante

el sufrimiento celeste

esa luz que pronto se apagaría.

 

Me escondo de Dios, de sus invisibles latidos.

Corro por corredores de sombra tras mi sombra.

Sin brújula que me ampare

lanzo al mar mi infancia y algo se muere

dejando a este hombre viudo de niñez.

 

También he bebido la sangre de mis semejantes.

Han pasado sobre mí girasoles marchitos, cansados del sol

he pactado con las Hadas

visto en el mar otro mar cercano y terrible.

La poesía es nuestro reino

Ángel y Daimon que se oculta bajo el ropaje del dolor

un rito supremo para detener la muerte.

 

Ahora esperamos tu llegada

para saludar con varias voces

la alegría que construye un poema.

Noches en las que no trina un pájaro

en las que tus palabras suenan más sonoras y justas.

 

Duro ha sido el tiempo de vivir.

Se derrumban muros y ventanas.

Algo perdura entre los matorrales

algo que no es delirio de la muerte

sino tus poemas resistiendo al fuego

al buitre de la realidad sonora y triste.

 

Recibe hoy estas palabras recientes

mis versos repetidos para no morir

secretos a voces pronunciados entre amigos

que como murciélagos sedientos

chocan locos

contra las blancas paredes del amor

 

 

POEMA A CZESLAW MILOSZ

 

Cubran las hierbas nuestras huellas,

los muertos a los muertos cuenten lo que hubo.

Czeslaw Milosz

 

 La guerra aún no termina, poeta Milosz.

En Varsovia los escombros de la catedral de San Juan

siguen arrumados bajo una cálida primavera

y las ruinas crecen en polvorientas metrópolis.

 

Todavía pasan nubes terribles

y tus antiguas huellas han sido cubiertas

por los más recientes pastos.

 

Todo está carcomido.

 

Desde el Vístula hasta mi patria marchita

nos abate este viento de lágrimas.

Son piedras sobre piedras edificando murallas

exiliando la voz del corazón.

 

Es difícil hablar sobre lo que hemos visto.

 

Cinco dedos ordenan,

como antaño te ordenaron,

escribir sobre la muerte.

 

Nuestras palabras tocan las llagas

y dan al poeta un instante de alegría

para que nazca un nuevo mundo.

 

Pero ¿acaso alguien responde?

 

 

 NUESTRO PAÍS ESTÁ CERRADO

 

 Nuestro país está cerrado, dice tu verso Yorgos Seferis.

Lo cierran como al tuyo dos negras Simplegades

pero más vacías de historia y de pasión.

 

Alguien cantaba ayer la alegría de un amor

la despedida con un beso.

Hoy nadie lo oye.

 

Nuestro país está cerrado por su silencio atroz.

 

Alguien abrazaba en este poste un cuerpo de deseo.

Esta noche lo abraza la ausencia.

Nuestro país está cerrado de soledad.

 

No es la vida algo bien llamado.

 

¿Cómo lavar las heridas?

¿En qué fuentes, si éstas se ahogan en llagas?

 

Nuestro país Seferis también está cerrado

y no hay puerta que lo salve