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Susana Szwarc | Carmen Rivero

Presentación de Bailen las estepas y La muertita o la novela que de Susana Szwarc 

Por Carmen Rivero


 

A Susana Szwarc la conocimos un grupo de amigas hace cinco años, cuando estábamos montando una revistilla de literatura. Por estas cosas de un timpán que se comunica con un timpún, que las cosas, por mucho que nos sorprenda, se propagan, Susana recibió aquella convocatoria de revista, de pensar, leer, pelearse con la literatura de hoy a partir de cosas que habíamos entendido con Kafka. Susana nos envió algunos poemas, y cuando le pedimos una pequeña nota biográfica para completar una sección de estas estándares de las revistas, ella nos envió una frase: Susana Szwarc nació en Quitilipi. La mujer no se contaba, no se explicaba, no se pensaba como representante de sí misma más allá de nacer en Quitilipi. Nosotras, en ese contexto, entendimos que Quitilipi era con toda seguridad un lugar inventado por Susana, un acertijo, algún tipo de misterio. Ahí estaban sus poemas, ahí estaba donde nació algo, en Quitilipi.

Cuento esto porque pensando estos días en cómo presentar a Susana, cómo presentar estas obras (Bailen las estepas y La muertita o la novela que), qué presentar, a la persona, a la obra, a las personas de la obra, a las obras en persona… Pues así como para invocarlas a todas, pensé en estos acertijos que hay en la obra. Son acertijos, me parece, porque las palabras te lían, y como con Marguerite Duras, una no sabe nunca si se las está inventando, o como tal vez diría Duras, son ellas las que se inventan a Susana Szwarc. No digo que esto diga las obras de Susana, pero es algo que me gusta. Y no me parece un mal criterio partir de lo que me gusta para hablar de algo que no soy yo.

 

Los acertijos son una especie de misterio, pero un misterio que no se resuelve descubriendo el crimen y el criminal. Todo está lleno de muertas y no se distinguen mucho de las vivas, ambas se encuentran liadas por las palabras. Piensan, sienten y se baten en ellas. El acertijo tiene una vida y una expresión: son todas las lenguas extranjeras que hay en la lengua de cada una, las más familiares, las que nos suenan más y mejor. Las más de acá. Un ejemplo, las lenguas polacas de la abuela: Otra vuelta cotkibá y no sabemos/el significado/pero parece una canción feroz. Esa memoria acompaña desde la biblioteca/de los hornos./Apuntamos/con la linterna. El renglón marca:/que los hijos vivan del lado de la dicha. (Bailen las estepas, “Ronda”). 

Luego está el acertijo de La muertita. Ella es el acertijo? Contempladora, cotilla, escritora, precaria, la amiga de todas y la misántropa que de desesperanzada vive como si no tuviera cuerpo, encerrada en sí misma como si fuera una no siendo absolutamente nada, la Gregoria Samsa que resolvió que su sitio estaba debajo del suelo? K peleando la pelea que no acaba, y al mismo tiempo, todas las habitantes temerosas del pueblo del Castillo? La subversiva que hará comunidad con cualquiera, cualquiera que es una mujer más que proletaria con una vida de heroína de barrio, de protagonista de novela negra, de viajera entre continentes con historia truculenta (como son todas las historias), de tener más mundo que nadie, así como lo tiene cualquiera? Cualquiera que es un niño-bebé chino que se convierte en el maestro del barrio, un niño-bebé que tiene una gran peso emocional sobre sus hombros y algo que enseñar -como Lacan-, hasta el punto de que sus frases chinas pasarán a decir las paredes del barrio como un oráculo. Qué es la muertita? Quién es? Qué es su vida si no es un acertijo para ser leído en voz alta, para que se hable de él, se propague, que igual se va que se queda aquí? Qué es su vida sino una novela que? Qué es su vida sino una vida cualquiera, extraña y vulgar, lejana y cercana, en la que no pasa nada y se puede contar acerca de todo? Por qué vive la muertita, si está casi muerta? O casi viva? De tanto mirar, que es lo que la muertita hace sobre todo, se ve, con ella, lo compleja, pesada y divertida que es la vida, aquí entre las muertas. 

Pues con esto os dejo con Susana Szwarc, que por lo que sabemos, nació en Quitilipi. 


Fotos presentación en Librería Mujeres & Compañia https://www.facebook.com/susana.szwarc?fref=ts



Algunos poemas de Bailen las estepas, Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2016


DECLIVE

Por el ojo de la cerradura vemos
cómo deja la palangana en el suelo: tiene agua. Ahora
no se ve. Hasta que levanta la mano
blanca, la misma con que la prisionera (jovencita
en Siberia) llevaba maderos hacia el barco.

¿Y las niñas? en la escuela
atrás de la vía.

Tiene una gillette y el ojo apoyado en la cerradura mira
su negra axila de abeja-madre. Arrasa. Algo se corre.
En el encuadre, un ojo mira al otro.
Si me estiro veo
la palangana (llena) de estrellas y abedules
también blancos: habría nevado.
(El hermano, sobre la nieve, corre
a la muchachita y ahora los ojos ya no ven.)

Atrás de la vía:
campanas.

Va a salir.
Abre la puerta y desparrama
el agua (turbia) al gallinero. Nubes la alejan, hacen pasillos
hasta que tiende más ropa en puntas de pie. Los brazos en alto. Abrocha.

¿Cómo hallar ahí dónde posarse? 

 

 

BILINGÜE

Mecerse en el cálido pozo
de las ficciones
hasta paladear el ritmo
(lentísimo) de la infancia.
El dolor (sólo) por sus tramas.

He bebido agua, (agua)
donde posaste tus remos.

Es envuelta en lo ausente
(amado)
que alardea la presencia perpetua.
Los cielos arriman (entretanto)
un pueblo al otro.

Y no hablo -esta vez- de la revolución.
Hablo de la juntura de las lenguas.
 

 


¿POR QUÉ SONREÍA?

Alguien arroja un huevo
crudo (podría ser también por agua),
hacia la zona de montañas, altísima,
justo en el lugar de las nieves eternas.

Ese gesto es trivial, tan cruel (casi)
como el gesto del asesino que arroja
cuerpos
al océano
pero que, por algún motivo del azar, se ve
en los ojos de la víctima, que le sonríe.
¡Ah!, cada día, cada noche,
la misma inconcebible pregunta:
¿por qué sonreía?
o aun: ¿por qué me sonreía?
Y cada vez
el verdugo cierra los ojos, aprieta los oídos
como esos niños atormentados por los gritos
de una madre todavía inexplorada, y se muerde
los labios.
-No hay que aceptar la pregunta- piensa.
No le dice a nadie lo que piensa.
Mientras la frase no le salga de la boca
nadie (nadie) contará el cuento.
Ahora (que alguna vez es siempre),
la dignidad de la montaña
resbala junto con la yema.

Hay manchas de luz.
La noche es negra y blanca:
como no saber si es de día
o se hizo pedazos la montaña.
Ninguna jarra para guardar un trazo
de la nieve, ni regazo.

Si algún tierno, tesoro,
deforme (¿yo, vos?)
mirara hacia allí diría,
entre lágrimas claro,
-¿cómo cuelga así? Cáscara, yema,
montaña.
La caída de qué letra, o paisaje
sin reparo.

¡Ah!, pero el tiempo no se queda quieto. Sopla.

 


LA TRASTIENDA

¿Qué vale más -me dije- en la memoria?.
Porque había pasado una noche completa,
como si se nombraran siglos,
pero la frase seguía
adentro y afuera de mis ojos:
se exponía en un letrero infatigable
solamente cínico
colgando de una tienda.

Mi cuerpo tambaleaba,
tropezaba a cada instante
mujer ebria
y sin embargo no había bebeido,
sino que se volcaron sobre mí,
en cada punto de los pequeños ejes,
esquirlas de esa frase.

Sonreí. Si el lenguaje desconfiaba
de sí mismo, ¿por qué creerle
hasta resbalarme en el asfalto,
mancharme las manos de rodillas,
como derribada
 
por el hedor a flores muertas?

Digamos: si hay quienes oyendo
la voz de alto
no perciben la traición, no caen,
no se lastiman, ¿por qué entonces no aceptar la frase,
lo que se considera correcto,
incluso en su gramática?
Acaso, ¿porque escribir un poema correcto
no le es suficiente al poema?
 

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