Nuevo Mundo

La extrañeza ante el Nuevo Mundo

Por M. Ángeles Vázquez

Crítica literaria española

Los cronistas europeos, inducidos por la inquietud ética del Renacimiento, aunque preserven aún el sello medieval, sólo pueden aprehender lo que están viendo a través de una representación de extrañeza y desconcierto ante lo inexplicable, ante la otredad, de hecho, la insólita historia misma del descubrimiento del Nuevo Mundo es ya un mito en sí mismo. El único proceso de adaptación con el que cuentan es el recurso escritural [1] que poseen para detallar —con evidente incapacidad expresiva— su deslumbramiento y asombro ante la apasionante percepción que les ofrece no sólo la geografía americana, sino su portentosa cosmogonía. Es lo que Fernando Aínsa desarrolla en su obra En búsqueda de la utopía cuando afirma que la primera reacción del foráneo frente a estas tierras fue la de admiración y sorpresa y la necesidad de inventar la palabra para nombrar lo desconocido o «topos imaginarios»[2] como descripción explicativa y casi realista del Continente.


A partir del Diario de navegación de Cristóbal Colón que el padre Bartolomé de las Casas resume y glosa, la literatura que caracteriza al Nuevo Mundo describe fundamentalmente el choque que le produce al europeo hallarse en una atmósfera maravillosa, en un paraíso terrenal con una abundancia vegetal idílica: « [...] Colón queda asombrado por la fertilidad de la tierra, por los árboles de naturaleza jamás vista, por una ‘diversidad’ que lo deja estupefacto [...]»[3]. Pero esta percepción ante lo nuevo y desconocido genera una hermenéutica por la que los cronistas tratar de racionalizar este fenómeno, en un afán de hacer creíble lo narrado para luego codificarlo según sus normas culturales. Como ejemplo, Pérez de Oliva en 1528 escribe que Colón concibe su segundo viaje con la idea de modelar a los indios según la imagen de los españoles. La incapacidad verbal de los cronistas para definir lo visto es suplida por paralelismos, por comparaciones con lo conocido, aunque paulatinamente van adecuando su lenguaje hacia el reconocimiento de la diversidad americana.


Este recurso analógico posibilita que los cronistas conecten lo extraño con lo propio para captar lo distinto y para, como lo define Elliot, «digerir la conmoción de lo extraño-maravilloso-horroroso», pero por otra parte, se hiperboliza la descripción de lo incomparable del paisaje americano, tal vez con el objetivo de crear expectativas de curiosidad en la Corona española hacia lo descubierto y adquirir encomiendas y puestos de importancia en las Indias, aunque es indiscutible que no pudieron soslayar la conmoción de aturdimiento ante este hallazgo. Hernán Cortés, por ejemplo, preocupado por narrar sus hazañas, tiene que detenerse en relatar las maravillas de la ciudad mexicana o Bernal Díaz del Castillo que con estructura fluida, nos introduce en lo maravilloso con desmedido detallismo. Como apunta Alicia Llarena González «si es cierto que la subjetividad de los cronistas desdibuja en ocasiones la verdad historiográfica, no lo es menos el hecho de que, con distinta intensidad, todos ellos registraran la emoción del encuentro con ‘lo otro’ [...]»[4].

El descubrimiento y la conquista de América sin duda da lugar a numerosas leyendas y mitos (el mito de El Dorado, las siete ciudades de Cíbola, la fuente de la juventud, el reino de las Amazonas, etc.) ya incorporados en el imaginario fantástico de la humanidad, mitos que han ido adquiriendo una nueva retórica, ya que se han ido enriqueciendo y renovando al contextualizarlos en el fabuloso espacio americano. Son los narradores/viajeros los que interpretan los nuevos territorios a partir de la arquitectura de viajes pretéritos, desde los reales de Marco Polo hasta los fantásticos del Amadis. Según el análisis de Blanca López Mariscal en el artículo «La racionalización de lo maravilloso en los relatos de viajes al Nuevo Mundo en el siglo XVI», estos relatos, como ya hemos apuntado en la parte I de este trabajo, deben ser construidos a través de mecanismos verosímiles, y para ello «se suelen repetir los lugares comunes y las leyendas aprendidas en los textos de la antigüedad: los textos del mundo clásico, las historias bíblicas o las historias narradas por los viajeros medievales»[5]. Esta influencia propicia en los aventureros que transitan por América el cuadro de una fauna asombrosa que mezcla hombres y bestias, seres humanos con colas de animales, cíclopes o sirenas con cara de hombre que espantan al navegante Cristóbal Colón. A este paisaje hemos de añadirle «las ansias de oro y la búsqueda de fuentes mágicas de la eterna juventud y se tendrá completo el panorama que Ángel Rosenblat ha llamado con acierto ‘la primera visión de América’»[6].


Pero la auténtica revolución del descubrimiento es sin duda la reconstrucción mítica del mundo, el cambio radical que se genera en la percepción geográfica del planisferio, no «solamente a la idea de la esfericidad de la tierra, sino a conceptos tan sutiles como la distribución de la población en el planeta e incluso la humanidad misma de sus habitantes»[7]. En este sentido, asimilado ya el periodo de adaptación y comprensión de la naturaleza paradisíaca, gran tema renacentista, la mirada del descubridor se dirige hacia hombres inéditos, seres salvajes equiparables a las bestias, seres desnudos y sin alma con costumbres abominables como el canibalismo o la sodomía como forma de vida. Gonzalo Fernández de Oviedo o Cabeza de Vaca así lo testimonian, bajo la influencia de la tradición viajera de la antigüedad de Plinio[8] y Marco Polo, como hemos dicho, donde ya encontramos menciones de pueblos antropófagos. Si bien es cierto que para otros cronistas, los temas colombinos se acercan a otro tipo de universo, el del «buen salvaje» de Rousseau y Chateaubriand, en un interés por describir los rasgos humanos de los indígenas como puro placer estético, también bajo la influencia renacentista. Es fundamentalmente en esta primera etapa de las crónicas donde ya se genera la dualidad y enfrentamiento entre los detractores y defensores del indio.


Pero a medida que desaparece la curiosidad por el Nuevo Mundo, esta acepción admirativa va restringiéndose, aumenta el énfasis apologético nacional y la narración se puebla de temperamento heroico —no olvidemos el carácter militar de la Conquista— modificándose a lo largo del siglo XVII para dar paso entonces a la hipérbole épica con valor documental y moralizante.




NOTAS


[1] Desplegado a través de diarios, cartas, historias generales y particulares, etc. que más tarde se diversifica para crear crónicas nacionales. Estos aspectos crean una literatura que condiciona la visión de América en la historia.


[2] En este sentido Umberto Eco distingue, como una de las formas de acercarse literariamente a la historia el «romance», que toma el pasado como fabuloso telón de fondo, como base para dejar volar la fantasía. Apostillas a ‘El nombre de la rosa’. Barcelona: Lumen, 1984. p. 80


[3] Giuseppe Bellini, Nueva historia de la literatura hispanoamericana, Madrid: Castalia, 1997, p. 64


[4] En Conquista y Contraconquista. La escritura del Nuevo Mundo, Julio Ortega y José Amor Vázquez (editores), México D.F.: Colegio de México, 1994, p. 124


[5] De Poéticas de la restitución: Literatura y cultura en Hispanoamérica colonial de Raúl Marrero-Fente (compilador), Indian Road Newark: Juan de La Cuesta editor, colec. Hispanic Monographs, 2005, p.30


[6] «América fantástica» en Literatura hispanoamericana I de Óscar Sambrano y Domingo Miliani, Caracas: Monte Ávila, 1994, p. 66


[7] López Mariscal, op. cit., p. 32


[8] González de Oviedo por ejemplo, enumera el orden pliniano de animales terrestres, acuáticos y volátiles cuando describe las «bestias» al modo de los bestiarios medievales.

M. Ángeles Vázquez Leñeros. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, Doctorado en Literatura Hispanoamericana y Especialista en Literatura peruana. Forma parte del grupo de investigación de la Universidad de Cádiz, "Lazos culturales entre Europa e Iberoamérica: Literatura hispanoamericana". Ha realizado cursos de Biblioteconomía y Documentación en la Universitat Oberta de Cataluña así como diferentes cursos de post-grado. Ha participado en presentaciones de libros, Congresos y Encuentros y ha organizado congresos internacionales de narrativa y poesía peruana, Revistas Digitales Culturales, García Lorca en América, Mujeres en las Independencias americanas, entre otros. Ha publicado diferentes artículos de crítica literaria tanto nacionales como internacionales en Revista La Página de Santa Cruz de Tenerife, Revista de Crítica Literaria Hispanoamericana de Hanover, en la Hostos Review de New York, en El Nuevo Día de San Juan de Puerto Rico, en la Revista Peruana de Literatura de Lima y en la Revista Identidades también de Lima o Crítica.cl de Chile, entre otras. Ha publicado la biografía de Sócrates y Maquiavelo (Buenos Aires: Aguilar, Altea, Taurus, 2014) y editado la obra critica No era fácil callar a los niños (Granada: Mirada Malva, 2021) en torno a la novela Prohibido salir a la calle de Consuelo Triviño. Ha colaborado con el Centro Virtual Cervantes del Instituto Cervantes, donde ha comisariado diferentes monográficos de literatura hispanoamericana y participado con trabajos de crítica literaria. Es evaluadora de Mitologías hoy, revista de pensamiento, crítica y estudios literarios latinoamericanos de la Universidad Autónoma de Barcelona. Miembro del consejo directivo de la revista intercultural Ómnibus y Presidenta de la Asociación Cultural La Mirada Malva, coordinando y dirigiendo su gestión cultural. Directora de la editorial La Mirada Malva.

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