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Casa de cielo | Héctor Perea


Sobre CASADE CIELO de Héctor Perea

 Textos presentación en la Feria Internacional del libro. 

Palacio de Minería. 23 de febrero de 2019


PorAndrés de Luna

Escritormexicano

 

Héctor Perea es un escritor cuya eficaciase puede comprobar al leer los cuentos de Casa de cielo (La mirada malva,Granada, España, 2017).  En este volumenaparecen textos breves que son una suerte de apertura de lo que serán lasnarraciones más largas del resto del volumen.

De esta forma, “Ni laboca andaba” y “Abertura” son dos cuentos ráfaga que nos ponen en contacto conun mundo que se ha enriquecido muchísimo con los viajes de Perea, quien havivido en Madrid, en Roma y, desde luego, en la Cd. de México.  Estas tres ciudades forman un triángulo idealpara la escritura de un intelectual  queha sabido habitar el mundo  con todo ysus contradicciones y sobresaltos, así como también con las buenaventuranzas deunas geografías propicias.  De este modo,“Casa de cielo” es un  libro que trabajatemas como la memoria, el recuerdo, el tiempo y el olvido. Su prosa tiene lasarmonías que le permiten deslizarse por estos temas para dejar claro queestamos ante un escritor que sabe ir de lo inmediato a lo que conoce y que resbalapara llevarnos hacia otros rumbos.

             MarioVargas Llosa escribió que: “La memoria es el punto de partida de la fantasía,el trampolín que dispara la imaginación en su vuelo impredecible hacia laficción”. Esto es lo que hace de la escritura de Héctor Perea una riquezaconceptual  que se fortalece con eldesarrollo de sus relatos.  En ‘Unamirada oblicua” se lee lo que piensa el personaje de una niña: “Estuvo un ratoesforzándose por hacer coincidir en claridad el recuerdo y aquella imagen aúnsin historia que veía a través de los gruesos cristales. Pero en realidad niuno ni otro tiempo quedaban en el mismo marco. Peor aún,  ni en recuerdo era más  que un rápido boceto ni lo que veía conprecisión y brillo en las esquinas significaban nada para ella. Al menos hastaahora’.  Un texto que habla dedesapariciones y vueltas a los recuerdos que sobreviven pese a los desgastes deuna memoria que se aferra sin lograrlo para obtener un rico pasado que de prontoy sin más es simple borradura.  Por ello,Perea nos recuerda:  ‘Entre el recuerdo yel olvido del recuerdo había una delgada, delgadísima ranura sin nada’.  Incluso las palabras que podrían hacer frenteal  fenómeno y resguardar lo que se anulaen el cerebro, también se pierde y se esfuma en medio de luminiscencias que sonfugas de los términos originales.  Talvez por ello, la manera que tenemos de enfrentar esto es escribir en su momentoaquello que luego recordaremos con mayor precisión.

‘El performance’  es un acto artístico que aquí está compartido,entre otros, por una niña y su padre. Lo que conforma  la obra tiene que ver con la sustanciaviscosa y fosforescente que resbala de los muros de unas columnas de pelos.Todo esto resulta una suerte de aprendizaje para una pequeña que nunca ha vistosemejantes cosas.  Al final del relatosurge el nombre de la arquitecta del museo, que Joaquín, el padre de la menor,trata de recordar sin éxito, sólo se queda en Zaha, el apellido se queda trabado en medio de otras cargas memorísticasmás recientes. El apellido Hadid  sequeda de las consideraciones del hombre. Aquí podría escucharse  lo quecomenta el filósofo francés Pierre Bertrand en su libro “El olvido” (Siglo XXI,México, 1977): “El recordar es ya comienzo de olvido en la medida en que desactualiza  el pasado, lo fecha o lo hace temporal. En elmomento en que el pasado es deseternizado, temporalizado, el tiempocomienza  su trabajo: el pasadoexpropiado, reintegrado,  localizado,situado detrás,  perteneciendo a un mundocumplido. Comienza a ser olvidado, poco a poco, sin perjuicio. El pasado esentregado al tiempo, que lo devora.”

La escritura de HéctorPerea de pronto adquiere sentidos y símbolos que derivan en una manera decontarnos hechos. Así en ‘Vista del interior’, el narrador cuenta que: “Cuandosu vida era distinta y todo eso lo apreciaba entre un parpadeo y el próximo. Dentrodel tiempo sin tiempo de aquellos viejos sábados. ´  Esto lo consigue Héctor con un trabajo deprosa fina que desgrana sus maneras al ponerlas sobre relatos que siguen estaslíneas sin agotarse, con la complejidad o la sencillez que el autor decida colocarlas en el momento.  ‘Vista del interior’  termina en una visita al club de parejasliberales, ahí aparece la música de los mariachis, las luces intermitentes, loscuerpos que se entregan sin descanso a una prolongada sexualidad. Todo esto locuenta el autor con una escritura que tiende a ser una prosa veloz, que sealeja de las posibles interpretaciones. Esto aparece con todo detalle en ‘Vistadel  interior’, y que luego reapareceráen ‘La lengua en dos´,  ‘El hecho’, ‘Elbarrio francés’ y ‘Ogni pensiero volta’. Cuatro textos formados con la mismasrevelaciones en torno a un tiempo en quiebre permanente. Sólo que este fenómenoocurre de cara a la ficción, pues la vida pasa, en términos generales en unpresente perpetuo. En la existencia el tiempo comprime la vitalidad del sujeto,y por ello esta categoría está lejos de ser desplegada en el espacio, cosa quesí pasa cuando está uno frente a un escritor que se plantea hacer estasrupturas de la temporalidad. De este modo, Perea construye una serie de textosligados a una sorprendente visión de lo que podía darse a través de estasrendijas por las que se cuelan otros hechos y donde el tiempo está lejos de serun obstáculo, y mejor dicho funciona como un alerta ante las acechanzas de loreal.

Uno de los cuentos, ‘Lalengua en dos’ narra la experiencia académica de un hombre que va a Italia paraparticipar en un congreso. En ese texto Perea habla de: “La de la lucha sinlímites de tiempo. A una sola caída.” Utiliza los términos con los que se describe la lucha libre, sólo queaquí la lectura otorga más valor al simbolismo .  El principio y el final de ese cuento trabacontacto con un hecho que se pierde en el vacío, un vomito. Sólo que en esterelato admite otras interpretaciones. Perea casi en las últimas líneas delcuento añade: “Y con la idea de no ser ya nada sino vértigo puro. Sino derrumbeal aire libre. En un tiempo indeterminado. Abstracto. Tiempo sin cuerpo nialma.”

Estos son los mecanismosque emplea Héctor Perea en un libro escrito con la madurez literaria a la quenos tiene acostumbrados el autor. Sus últimos relatos “El barrio francés” y“Ogni pensiero vola”, son dos estructuras narrativas que forman parte de “Casade cielo”, los experimentos que hace el escritor en ambos relatos se puedenconsiderar dentro de lo mejor de la prosa de Perea.

             En ambos cuentos susbsiste ese espírituabstracto que domina casi en todos los textos del libro. Perea quiere dejaratrás el cuento que describe una anécdota, sólo eso, para él escribir es dejarun hueco que sólo puede rellenarse con la intencionalidad de hacer otra cosacon los textos. De tal forma que muchos de los relatos de “Casa de cielo”apuntan hacia lo abstracto, hacia otra dimensión literaria que va más allá deuna formulación anecdótica.  Por  todo esto, el libro de Perea es un trabajoque debe leerse a la brevedad, pues sus aciertos hablan de un escritor capaz dedominar el tiempo literario y darnos un avance de sus logros.




 

Casa de cielo, libro de relatos de Héctor Perea


Por Norma Patiño

Profesora e investigadora mexicana


Parece que todo se ha dicho sobre las diversas formasde narrar y de escribir los relatos. Sin embargo cuando se lee Casa de cielo, queda la impresión de queno es así, este libro es un experimento fabuloso de los viajes de laimaginación y del lenguaje. Héctor Perea nos demuestra que no hay reglas eneste género. ¿Cómo empezar a describirlo? Este es un libro insólito, una seriede historias de los pensamientos y un ejemplo de la libertad de la imaginaciónliteraria. 

Hay que decir que estos cuentos de Héctor son suigéneris, nada los puede etiquetar enun estilo narrativo clasificado, son verdaderamente una “varia invención”, parajugar con aquel título del siempre admirado Juan José Arreola. ¿Por dónde asir Casa de cielo? Perea nos da una clavecuando cita, en uno de sus epígrafes, a Alfred Polgar: “Era un grano de arenaen la orilla de la existencia” (pág. 17). Esa es una de sus estrategias, contarla importancia de cosas aparentemente tan insignificantes como un grano dearena en la vida de alguien, ¿o de algo?, al grado de llegar a la abstracción pura.Y sobre esa “norma”, el autor nos sacude con sus idas y venidas, digo venidas yvalga el doble sentido en alguno de sus textos (Vista del interior, pág. 67), delmundo real a la fantasía más sublime, del presente al pasado o al futuro, lasideas y la memoria corren más rápido que la lengua y que los dedos sobre elteclado. Los vaivenes del deseo se vuelven palabras/textos. 

En la prosa impecable y libre de Héctor Perea seencuentra una voz coloquial fascinante, o mejor dicho, varias voces, porque haymuchos interlocutores, a veces dentro de una misma historia; hay en ella una expresióndeleitable, una intimidad inesperada que apenas se deja ver por losintersticios. El uso del lenguaje autónomo, a veces abstracto funciona sinreglas. El autor entra y sale de esa intimidad, nos cuenta una escena y depronto está en otro lado, corre, conduce, viaja, siente, saborea, recuerda yregresa a la escena. Funciona como los pensamientos mezclados con lasemociones, no es verdad que hay una perfecta linealidad en cómo pensamos, aveces estamos trabajando en algo y de pronto trascurren por nuestra mente idease imágenes de forma desordenada: “olvidé apagar la luz del cuarto”, “tengoganas de algo frío”, o llega algún recuerdo familiar, en fin, cualquier otradistracción, y volvemos a lo que nos ocupa. Perea vuelve a la historia una yotra vez y nos involucra en ese ir y venir, y esa es la lógica de sus cuentos, unpoco como la lógica de los sueños, trabaja en un orden “desordenado”. Como dijeantes, Casa de cielo es un espléndidoejercicio de la imaginación. 

“La memoria encubierta” (pág.21) es uno de misfavoritos, es especialmente cautivador. Un hombre nos cuenta: “Una mañana,camino del trabajo, me detuve a comprar cigarros en un changarrito y sin quererjunto al portón de la vecindad, escuché esa plática por primera vez. En seguidapuse el ojo frente a la cerradura enorme y oxidada. La mujer frotaba ropa en ellavadero del patio mientras hablaba sobre su hijo con otra vecina, muy bajita ycomo tímida. Inesperadamente, de un día para otro, el joven había tenido queabandonar el vecindario y el país. Y a la pobre no le había dejado sinorecuerdos con claridades diversas…” Este hombre, que va a comprar cigarros, alcanzaa escuchar esa historia que apenas se boceta, desde una cerradura consiguemedio a ver a las mujeres, la curiosidad que se le despierta al personaje noscontagia, de pronto la revelación que implican sus palabras cobra una importanciainimaginable. La frustración al no poder escuchar el final de la historia, nipoder ponerle caras a los protagonistas, es desesperante. Me hizo recordar algoque de seguro nos ha pasado a todos, alguna vez, mientras me relajaba en elvapor del gimnasio, un par de chicas a las que no les pude ver el rostro, nipude identificar sus voces, contaban una historia que me hizo quedarme mástiempo de lo planeado, me acaloré hasta el agotamiento a más de 45 grados decalor húmedo, llegué tarde a mis citas, las cosas se me alteraron, todo con talde escuchar el chisme. Y ni siquiera llegué a enterarme del desenlace. Es algo raro,una historia que no nos incumbe para nada, pero que nos causa una enorme curiosidady expectación, puede hacernos sentir que algo no se ha completado en nuestrodía. Pero en la literatura esto sólo sucede cuando algo está bien contado. 

Cuando leí “Ni la boca andaba” (pág. 17) no pudedejar de recordar “La pasión según G.H.”  de Clarice Lispector, novela extraña quecuenta la obsesión de la protagonista por una cucaracha que se le aparece depronto en la puerta de un ropero, un viaje insólito e insoportable por eseuniverso minúsculo, mezclado con lo cotidiano, aparentemente insignificante,pero que crece en importancia vinculado a la vida y a la memoria de lanarradora, un juego de poderes: “La cucaracha con la materia blanca me miraba.No sé si me veía, no sé lo que una cucaracha ve. Pero ella y yo nos mirábamos,y tampoco sé lo que una mujer ve. Pero si sus ojos no me veían, su existenciame existía –en el mundo primario donde había entrado, los seres existen en losotros como un modo de verse…”[1] Ytoda la novela gira alrededor de este pequeño cosmos, son ella y la cucaracha. Hastaahí Clarice Lispector. Pero sigamos con un fragmento del cuento de Héctor (“Nila boca andaba”): “Con la espalda bien untada al pan se escurrió por uncostado, poco a poco, hasta descubrir a lo lejos, en una esquina de la mesa, latorre cilíndrica y avidriada. De no haber sido por el frío, que comenzaba ahacer de piedra sus extremidades, hubiera trepado sobre el hielo de la limonadapara alejarse del peligro. Al contrario, y sin más remedio, siguió a flotesobre la marea tranquila y pegajosa,  conel cuerpo estirado, las nalgas sobresalientes del líquido. Bien dormidas.”Personaje minúsculo, un enano sacado de un cuadro fantástico, o bien podría serun insecto mostrando su mísera existencia en un mundo de gigantes. El autor nosdeja la tarea de interpretar a nuestro juicio. Ese es el efecto de este cuento,de pronto todo parece enorme y vital en las palabras de Perea.   

Hay algo característico en estos relatos, la minuciosaobservación de los espacios, hay un conocimiento y un disfrute de lo urbano, delas calles y de los paisajes en las ciudades que describe, Roma y otros sitiositalianos, la ciudad de México, pueblos y carreteras, su gusto por la comida, comola pasta farfalle italiana en “El barrio francés”, con todo esto Héctor se “revela”como en una fotografía, se advierte a un sibarita, a un viajero incansable, aun amante del arte, de la vida y de sus placeres. 

Los cuentos de Casa de cielo son el observatorio de las cosas inesperadas,despiadadas, donde los detalles son el centro de todo. Es tremenda la energíaque demanda la lectura detallada de estas narraciones, donde se termina agotadode hacer los viajes por el tiempo, o por carretera, o por las sombras de unapared, o por los colores de una pintura, o por los recuerdos de algo que estáen otras geografías, en fin, cada pieza, digámoslo así, es una idea narrativalibre y caprichosa en su forma y estructura, sin embargo, aunque su lenguajecoloquial, urbano, parezca tan espontáneo, detrás de toda esa libertad, hay unrigor inquebrantable, porque no cede en su propósito, en sus “pistas” breves, porqueHéctor Perea es un estudioso de la lengua, un amante de las palabras y de suimportancia, y un académico e investigador empedernido.  Sabe lo que hace.



[1] Lispector, Clarice. La pasión según G.H. Ed. Gandhi. México 2015. Pág. 87.