Espinel, la negra escritura


Por Darío Ruiz Gómez

Escritor y ensayista colombiano


No es al mundo rural de Flannery O´Connor al cual acude Jaime Espinel sino a la experiencia que vive in situ del rompimiento de la narrativa norteamericana de los años 60, el estallido de la violencia verbal y escénica de un militante como Norman Mailer, la incorporación de lo underground en James Baldwin y sus gays en la sucia ciudad de la noche, aquel torrente de flujo de memoria a través del cual Kerouac incorpora la belleza inédita de lo que había sido castigado por ser oscuro y Borrougsh expande sin contemplación alguna como la palabra de la prescripción. Me hablaba Jaime de un narrador y cantante que admiraba y que no conocí, Richard Fariñas, todo porque la explosión del Nueva York de la llamada cultura subterránea se producía clamorosamente poniendo al descubierto la entelerida música y las narrativas de los distintos barrios y comunidades raciales, italianos, irlandeses, negros pobres. Y esto era antes que un problema de identidades, un problema de escrituras negadas o sea de incorporación y legitimación literaria de los distintos slangs siguiendo secretamente la lección del Joyce que comenzó a escribir no en inglés sino en aquel irlandés que había magistralmente absorbido de las cofradías de borrachos de Dublín. El fracaso de Fernando Vallejo radica en que su intento de escribir en la lengua de un muchacho maldito, de un estudiante castigado finalmente se queda flotando en la superficialidad propia de un muchacho de buena familia que blasfema contra la religión en los patios del colegio y denigra del Papa pero no logra legitimar como escritura el supuesto slang gay que define como en Baldwin o Denis Cooper al proscrito pero perfecto canalla. Y mucho menos profundiza la negación de lo establecido hasta asumir todas las infamias que caen sobre el antipatriota, el hereje como lo hizo Celine, hasta lograr perforar la lengua de la decencia y la honorabilidad. “Alba negra” supone en la lánguida narrativa de esos años en Colombia la irrupción del improperio propio de quien se sabe afuera de la decencia burguesa ya que es parte de una sociedad secreta definida por los códigos de honor de la delincuencia o sea de quienes viven y mueren según estos códigos, de quienes elaboran signos, morfemas, fonemas secretos para la policía y la ley imperante y por supuesto para las clases bien pensantes. Aquí se rehuye el facilismo de caer en lo que hoy llamamos el costumbrismo urbano, en caricaturas del lunfardo. “Alba negra” está descrita desde el alma sedienta del asesino, de quien conoce de antemano lo efímera que es su vida y acepta la despiadada eficacia de estos códigos de hampones. Cuando hablo de códigos de honor me refiero a una misteriosa ética personal que los lleva a desconfiar de las palabras aprendidas en la escuela pública, en la moral de los buenos muchachos de la barra a la cual tempranamente debieron decir adiós. Sin moral o mejor en lo amoral estos personajes nada tienen que ver con el padecimiento religioso de los condenados dostoievskianos ya que son ajenos a la religión, ni con la piedad con que Pasolini describe la tragedia de sus muchachos de la calle romana : solamente la obra mayúscula de Rubén Vélez, las tres novelas de César Alzate, el clamoroso texto de Víctor Bustamante sobre los Cines desaparecidos, los dibujos de Oscar Jaramillo, aclararán con profundidad el alcance de estas escrituras brotadas desde las cloacas de la ciudad, desde lo que frente al concepto marxista de clase, Foucault llamó la plebe y que transcurren ajenas a lo que la sociedad honorable les trata de imponer y lo que esta sociedad considera patológico, sucio es aquí como en Genet otra normalidad pero desde dentro de la estética del hampón y el sicario, el asaltante de Villón. Hay un Espinel hablador, eterno amante de la música de Pelón Santa Marta, del bolero, que, algunos amigos que no lo conocieron reducen a anécdotas pintorescas que fueron el disfraz que utilizó para estar en la tierra de los otros, en la ciudad de la “cultura”. Amén, “Barquillo”.

Jaime Espinel
Darío Ruiz Gómez. Se graduó en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid en 1961. Estudios de Urbanismo y de Estética. Colaboró como crítico de arte y literatura en la revista Acento, fue director de las páginas culturales del periódico Hierro de Bilbao. A su regreso a Colombia ha sido colaborador de El Tiempo, El Espectador, El Colombiano, y actualmente es columnista de El Mundo. Fue durante treinta años profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Medellín. Miembro fundador de las Bienales de Arte. Tiene grado de Escritor de la Universidad de Iowa.Obra narrativa:Cuentos: Para que no se olvide su nombre, La ternura que tengo para vos, Para decirle adiós a mamá, En tierra de paganos, Sombra de rosa y vino, Crímenes municipales.Novela: Hojas en el patio, En voz baja.Poesía: Señales en el techo de la casa, Geografía, A la sombra del ángel, La muchacha de la leyenda, En ese lejano país en donde ahora viven mis padres.Ensayos: De la razón a la soledad, Proceso de la cultura en Antioquia, Tarea crítica sobre arquitectura, Tarea crítica sobre literatura, Tarea sobre arte, Literatura, historia y circunstancia, Diario de ciudad.Ha publicado numerosos ensayos sobre urbanismo, teoría del espacio. Poemas y cuentos suyos han sido traducidos al inglés, francés, árabe.